Arquitectura hostil

Ph. Jason Eppink – Fuente: Flickr – Licencia CC BY-SA

La semana pasada se hizo viral en Brasil una fotografía del sacerdote brasileño Julio Lancellotti destrozando con un mazo las piedras instaladas bajo el paso elevado Dom Luciano Mendes de Almeida en la ciudad de San Pablo. Los adoquines tenían como objetivo evitar la presencia de personas en situación de calle en el viaducto de la avenida Salim Farah Maluf, en la zona este de la capital paulista.

Compartimos una traducción de algunos fragmentos del artículo “O que é arquitetura hostil. E quais suas implicações no Brasil” del medio brasileño Nexo en el que se habla sobre la corriente arquitectónica y de diseño urbano llamada Arquitectura hostil con enlaces a artículos y otros materiales para profundizar en el tema.

La reacción pública ante la instalación de los adoquines y el gesto del sacerdote generó que el gobierno municipal retirara las piedras del lugar. Los críticos en redes sociales se refirieron a la instalación como «arquitectura de la exclusión». La exclusión arquitectónica se refiere al modo en que la estructura de los espacios urbanos puede discriminar y segregar a determinadas personas, a menudo pobres y negras, señala la autora estadounidense Sarah Schindler en The Yale Law Journal.

En el documental «Arquitetura da Exclusão» (2010), el director Daniel Lima aborda los muros, visibles e invisibles, en los centros urbanos. El cortometraje se centra en la favela de Santa Marta, la primera favela en ser rodeada por muros construidos por el gobierno de Río de Janeiro.

Además de la exclusión arquitectónica, hay otras expresiones que tratan de abordar la cuestión de forma crítica en las ciudades, como «diseño desagradable», «arquitectura antimendigo» y «arquitectura hostil». En el libro «Unpleasant Design», los autores Selena Savic y Gordan Savicic definen el «diseño desagradable» como estructuras que impiden determinados comportamientos y usos del espacio público.

La “arquitectura hostil» se refiere a las estrategias de diseño urbano que utilizan elementos para restringir determinados comportamientos en los espacios públicos, dificultando el acceso y la presencia de personas, especialmente de las sin techo. El término (“hostile architecture” en inglés) se hizo famoso tras la publicación de un reportaje en el diario británico The Guardian, en junio de 2014.

Según el historiador especializado en arquitectura Iain Borden, citado por el reportero Ben Quinn, la aparición de este estilo de arquitectura hostil se remonta a la década de los 90, en la gestión de un diseño urbano que sugiere, según sus palabras, «que sólo somos ciudadanos si trabajamos o consumimos bienes directamente». Es decir, no trabajar y no consumir significa no poder estar presente como ciudadano de una ciudad.

«Así que es aceptable, por ejemplo, sentarse, siempre que se esté en una cafetería o en un lugar previamente determinado en el que se puedan llevar a cabo ciertas actividades tranquilas, pero no acciones como celebrar actuaciones musicales, protestar o andar en skate», dijo entonces Borden.

Eduardo Souza y Matheus Pereira, editores del sitio web especializado en arquitectura y urbanismo ArchDaily, dan varios ejemplos de edificios y objetos que pueden «alejar o excluir a personas ‘indeseables’«: vallas eléctricas, alambres depúa, barandillas en el perímetro de plazas y céspedes, bancos públicos con una anchura inferior a la recomendada por las normas ergonómicas, bancos curvados o que incluso asumen geometrías irregulares, lanzas en muros y barandillas, vigas metálicas en puertas comerciales, piedras en zonas abiertas, goteo de agua a intervalos establecidos bajo las carpas.

«Cuando la arquitectura se reviste de formas limitantes -visuales, físicas y sociales- esa arquitectura es hostil», escriben Shayenne Barbosa Dias y Cláudio Roberto de Jesus, del programa de posgrado en estudios urbanos y regionales de la UFRN (Universidad Federal de Río Grande do Norte), en la revista académica Geographies. Según los autores, la arquitectura hostil aleja a la gente de las zonas desérticas y retroalimenta la sensación de inseguridad urbana.

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